martes, 14 de septiembre de 2010

Moby Dick - Herman Melville

Per Juan Carlos Iglesias

De esta novela se ha hablado durante ciento sesenta años, no me veo capaz de descubrir ningún entresijo, desenterrar alguna fibra del cachalote o de los marineros que no haya sido ya autopsiado. Tan solo puedo decir como lector que esos años han pasado por encima de ella sin mácula, pues la tinta con la que debió escribir Melville parece aún fresca y sus borbotones corren por la sangre, como corre por el papel y como corre por la mente del lector paciente con las explicaciones sobre una manera de pescar ya finiquitado.

Un posible lector de este libro se preguntará porque hay que leer un libro anticuado tanto en la forma como el fondo ahora que nos hemos aplicado por la literatura que no nos debe poner en dificultades técnicas ni culturales, allanando el terreno e imponernos a correr de línea en línea como si fuera una persecución en pos de cubrir el tiempo. Este libro ofrece otras cosas, cosas que nos remontan a la historia de la literatura, a su respeto e utilización perfecta por parte de alguien que la conoce y la ama. la retuerce y lustra a la vez y le sirve como argamasa para hacer impermeable y duradera la obra. Simplemente un paso, un lugar donde dejar el testigo para que otros escritores continúen y evolucionen. Y así ha sido.

¿Ahora mismo, quien no tiene una idea más o menos vaga sobre lo que ocurre en Moby Dick? Prácticamente todo el mundo tiene algo que explicar, basándose en la clásica película de John Huston, por algún libro de la infancia que lo resume o por el recuerdo bíblico, y por supuesto todos conocemos el final. Si arrancásemos las páginas que no siguen lo que marca esa línea argumental, prácticamente la obra pasaría a ser de unas cien hojas, no creo que más, ¿y que contiene el resto caído al suelo? Mayoritariamente NADA, sí, la más maravillosa nada, aparentemente se recrea en definir el mundo que él conoció como marinero, los utensilios, las diferencias con los barcos mercantes, las tácticas de caza, también dedica muchas hojas explicar cómo es un cachalote pero envuelto en ese aparente discurrir tedioso está el perfecto camino que hace que este libro tengo la fuerza de las grandes obras y que obligue a leerlo en pequeños sorbos para no pasar de puntillas por los muchas y hermosas reflexiones que surgen a caballo de las explicaciones más prosaicas, ¡como en la mejor poesía!

Luego están los momentos cumbres, cada uno tiene los suyos, que se pueden leer aislados por ese curioso sistema de dividir en breves capítulos la obra a imagen y semejanza de la biblia. Ahora mismo recuerdo como momentos gloriosos especialmente, una de las primeras cazas por parte Starbuck y Stubb, épica, narrada con tanta intensidad que te hace sentir parte de la tripulación del bote, las reflexiones de Ahab el día antes del encuentro con el Leviatán, la noche de Ismael en el hostal compartiendo cama con Quiqueg, pero para mí el momento culminante es cuando Ahab arenga a la tripulación y les hace jurar que solo se dedicarán a la caza de Moby Dick, capitulo XXXVI, los momentos cumbres en esta novela son innegociables y esa es su mayor virtud.