miércoles, 5 de junio de 2013

EN LA RECTA FINAL DE LA BROMA INFINITA, DE DAVID FOSTER WALLACE

Más de 1200 páginas de lectura alucinante. Después de conectar y desconectar a cada capítulo, a veces a cada párrafo, de consultar mil páginas web para ayudarme a entender ni que sea un poquito, de qué c....va, de leer sobre el autor (más que el mismo libro) i sobre porqué se suicidió, de dejarlo durante meses, de abandonar con carácter definitivo, de volver y de volver a abandonar por lo menos unas cuatro veces, finalmente y fuera de todo pronóstico, le estoy tocando la cola al monstruo. Hay algo en LBI que te hace volver siempre, como una droga, hasta que, en algún momento y de manera brusca, como una especie de interruptor que se pone de repente en posición ON (hasta puedes oír el CLICK) empiezas a entenderlo todo. Y entonces ya estás dentro del huracán. Y ya no quieres salir. Porque ahí está todo, dando vueltas vertiginosamente a tu alrededor, pero con una claridad de primera hora del día. Dicen que es el Ulises americano. Puede. Pero si lo es, es infinitamente más accesible, más cálido y humano. D.F.W da tanto en el clavo y tantas veces, que sino te da la respuesta a la gran pregunta, la mayoría de las veces representa un gran alivio. Parece que a costa de su vida. O no, no sabemos porqué se suicidó, aunque leyendo LBI tienes algunas pistas. Pero, curiosamente, las angustias y obsesiones de David Foster Wallace a mi me han proporcionado alivio para esa bola de pelo de gato que a veces se me pone en la boca del estómago, esa cosa que hace que todos, en algún momento, nos hagamos preguntas peligrosas. Algo de alivio para ese gran ¿POR QUÉ? que, como una nube, ronda a veces por encima de nuestras cabezas.